Este artículo fue escrito por Claudia Tobar para Days of Darling.
Un buen día de marzo de 2020 la vida se transformó. Toda la normalidad que vivíamos, que dábamos por sentada, cambió profundamente. En esos primeros meses pasamos por un abrupto cambio de hábitos. De esos ocupados horarios, con compromisos sociales, diligencias, entretenimientos e intereses diversos que llenaban nuestra dinámica familiar, pasamos a una larga pausa. Una pausa que nos encerró en nuestras cuatro paredes, sin otro programa más que estar en casa con nuestros seres queridos.
Los padres dejamos de practicar una educación bancaria. Una educación en la que depositábamos a nuestros hijos en la escuela en septiembre y hacíamos su retiro en mayo. Sí, claro, íbamos a los recitales y a las entregas de libretas, pero no mucho más, y lo que pasaba realmente en el colegio se quedaba en el colegio. No vivíamos la corresponsabilidad de educar a nuestros hijos. Incluso, más que depositar a nuestros hijos en la escuela, depositábamos la responsabilidad de que les enseñaran allí valores, disciplina, modales, responsabilidad, educación sexual y buenos hábitos de salud. La escuela entonces asumió sobre sus hombros la absoluta responsabilidad de educar la sociedad del futuro. Y los educadores debemos admitir que con frecuencia nos gustaba esa transacción, porque muchas veces los padres resultaban ser una piedra en el zapato. Preferíamos esta dinámica lejana, puesto que coordinar y hacer de ello un ejercicio colaborativo implicaba demasiado trabajo.
La pandemia nos obligó a cambiar las condiciones escolares. Gústenos o no, los padres tuvimos que convertirnos en piezas clave de la educación de nuestros hijos. Tuvimos que ser críticos sobre cuánto debían conectarse, sobre cómo les enseñaba la profesora, sobre qué plataforma utilizaban o con qué recursos contaban. De pronto, sin darnos cuenta, despertamos a otra realidad, y al final del año escolar ya no se sabía quién entregaba la libreta a quién, si los profesores a los padres o viceversa.
Es cierto que este aprendizaje por el que hemos pasado todos ha sido abrupto, difícil e incómodo; sin embargo, fue asimismo un espacio necesario en la vida de las familias. Y como sociedad también necesitábamos poner el tema de la educación como primer punto de conversación entre los amigos y la familia: reflexionar sobre su verdadero valor, darnos cuenta de que ir a la escuela era mucho más que aprender tablas de multiplicar o lenguaje. Y resulta que la escuela es el lugar en donde padres e hijos ejercitan su capacidad de extrañarse, de ser independientes, de poner en práctica los valores enseñados. Además, −y es lamentable constatarlo− para muchos niños en nuestro país, la escuela es fuente, no solo de aprendizaje, sino de alimento y seguridad. La escuela es mucho más que lo que le dábamos crédito.
Ahora que vemos cada vez más cerca el fin de esta cuarentena, tenemos la esperanza de que se nos devuelva a una normalidad en la que los padres podamos valorar más el incansable trabajo de los maestros, así como los esfuerzos de transformación de las escuelas. Ahora que los padres conocemos más sobre cómo se educan nuestros hijos, usemos por lo tanto nuestra voz, no solo para criticar, sino para construir esa nueva normalidad. Se trata de una oportunidad más para que conozcamos mejor a nuestros hijos, sus debilidades y fortalezas, y que trabajemos en equipo, entre casa y escuela, porque, al fin y al cabo, no existe relación más íntima que la que hemos vivido en estos meses.
Como educadores hemos visto los hogares en su forma más auténtica, y las familias han visto la realidad del día a día de muchos educadores. Que esa complicidad nos una, para reconocer que ambos lados queremos lo mismo: niños felices, que disfruten de aprender. Que este nuevo año esté lleno de aprendizajes. No hay duda de que saldremos más fuertes, más unidos. Y que mi sueño de una escuela sin ventanilla de depósitos sea una realidad.
Gracias infinitas, Claudia, por traernos esta hermosa reflexión y motivarnos a hacer lo más importante en tiempos de crisis: aceptar nuestra responsabilidad y caminar hacia adelante. Pueden contactar a Claudia a su email: clautobar@gmail.com
Increíble